viernes, 10 de junio de 2011

ERAN CINCO HERMANOS

La llegada del tren a la estación de Puno constituía fuente permanente de expectativa. La tradicional hora exacta en los horarios de servicio se complementaba con la cómoda lista de pasajeros en coches de primera y buffet. A las seis y cuarenta de la tarde la gente se inquietaba. Unos aguardando recibir visita; otros en trance de llevar maletas; los más afanados, en recoger encargos. Los mirones también cubrían su oportunidad. El clásico pitazo final del tren a la altura de Huajje señalaba la culminación del compás de espera. Pasajeros del Cusco, pasajeros de Arequipa. Pocas horas más tarde se iniciaría la jornada nocturna surcando el Titicaca en ambiente inolvidable engarzado en el claro obscuro del paisaje o la contundencia de la sorpresa: luna llena o granizada.

Hasta donde se conoce, nadie ha compuesto melodía puneña en homenaje a los cinco hermanos argonautas, encargados de cruzar las azul-celestes aguas del Lago Sagrado de los Incas. Traigo el recuerdo entrañable del Yapurita -el petrolero, el más pequeño- y de sus hermanos Coya, Yavari, Inca y Ollanta.

De todos ellos, los primeros fueron transportados pieza por pieza a lomo de bestia desde el litoral. Después adquirieron la contundencia de barcos de "verdad" para resaltar la belleza natural del lago-mar que los cobija. Desde aquella fecha remota para muchos puneños, las cinco embarcaciones, retozando en su ambiente natural, aprendieron reverentes a saludar el horizonte azul; a sonreir el paso de las balsitas de totora de los pescadores bronceados de la bahía; a observar los apuros de las yolas de don Carlos Rubina, al embate de los remeros carolinos. Aprendieron a sintonizar el pentagrama del viento horizontal que surge de la cordillera y se extiende en busca del valle, en busca del mar. A saborear el linaje del agua kollavina, con rumor a río que lava la corteza salobre de la quebrada morena, salpicada de florecitas amarillas.

Al paso de aquellos gigantes de acero -bamboleantes, ensimismados, pensativos, enamorados de otros lares, de otros rumbos-, sus amigos y compañeros de requiebre -gaviotas y patos saltimbanquis- compartían alegrías y esperanzas. El Titicaca tiene fama de travieso. Su oleaje, en cada tarde ventosa, pone en apuros a las embarcaciones. Eso lo sabía el Capitán Velazco y, sin duda, también los tripulantes del Inca y del Ollanta, tradicionales transportadores de viajeros envueltos en fantasía nocturna salpicada de luna: cargamento humano en busca de amor, de aventura.

La sirena del barco rumbo a Guaqui-Bolivia rompe el silencio de las noches puneñas. El croar de las ranitas playeras saludando la despedida del gigante de turno se escuchará más cerca: concierto perturbador que lentamente cesa y desaparece. Retornando, una nubecita de humo claro identificará su presencia allá lejos, punto de contacto que se agiganta acercándose al muelle, trampolín de espera. Aquellos barcos contienen, pues, testimonio de pintoresca, añorada y gratificante tradición acuñada por el puerto lacustre. Y que conste expresamente que ninguno de los cinco llegó al Altiplano Peruano -histórica e injustamente denominado zona de castigo- por mala conducta.

Gente de mar, experta en labores de maestranza, mecánica, electricidad,
navegación, administración tanto de la propia región, cuanto de Mollendo-Arequipa debió recibir el encargo de resguardar el correcto funcionamiento del sistema. Lo cierto es que distinguidas y numerosas familias mistianas se incorporaron al conglomerado social de Puno permaneciendo en el "interior" de la sierra altiplánica por muchos años. La fuerza del Kollao agradecido las retuvo en sus lares, en su alegría y también en sus incomodidades. Vástagos puneños nacieron al interior de las familias Espinar, Zapata, Oblitas, Fernández, Tejada, Chávez Rodríguez y tantísimos más. La simpatía y el carácter coherente de don Oswaldo Ballivián, superintendente por muchos años, destaca en el recuerdo. Igual debemos decir de Carlos Rodríguez de visible actuación en similar responsabilidad.

Por su parte, trabajadores de todos niveles procedentes de la región sumarían esfuerzos en la tarea de atender la actividad portuaria. Entre ellos, numerosos ex alumnos carolinos se incorporaron a las listas activas de servidores. Puno-Muelle siempre fue oportunidad de trabajo. Así entendió, por ejemplo, nuestro apreciado amigo y compañero de inquietudes artísticas René Loza Iturry, quien siempre nos prodigó su amistad y afecto. Por numerosos años brindó todo el contingente de capacidad personal al servicio de los objetivos laborales de la empresa. Igualmente, los hermanos Fernández, de los cuales Eduardo fue nuestro condiscípulo en San Carlos.

De día, la presencia bulliciosa del trencito de patio era la nota cotidiana, tanto así que aburría. Con su pito estridente y su campanita de alerta, solitario y mal comprendido, cargaba de todo: vagones llenos de mercancía en tránsito y sobre todo la entrada y salida de los trabajadores cuatro veces al día. Semejaba un muchachito palomilla. Su porte le ayudaba. Nunca dejó de comportarse como el "cordón umbilical" entre la estación del ferrocarril y el muelle. En el muelle podías perderte entre los vagones estacionados. Tanques y bombas de agua, aroma de petróleo quemado, rumor del lago en movimiento contra las paredes del encofrado. Un mensaje de alguien que levanta la voz para alcanzar ser escuchado. Más allá, el grupo de chiquillos busca, en la orilla apacible y quieta, caracoles, arañas y restos de pescaditos muertos.

La juventud e Puno-muelle siempre dio muestras de inquietud. Su equipo de futbol, el Alianza Muelle, es ejemplo de recuerdos fraternos. Su tradición institucional junto a la simpatía de muchos de sus jugadores, amigos y conocidos, lo consagran como el más serio rival del famoso Unión Carolina y el añejo Alfonso Ugarte. Traemos al recuerdo las figuras sobresalientes de su Capitán y principal animador Orestes Rodríguez Zumarán (el popular Pato) y de algunos de sus conformantes: Roque, Zapata, Oblitas, Víctor y Simón Velazco, Víctor Andrés Aparicio.

El tiempo transcurre inevitablemente también para los barquitos puneños. Hoy, ninguna de los cinco hermanos resultan convocados para enaltecer los carnavales puneños, inigualable fiesta de tradición. La voz serena del viento acompaña el acto de izamiento de un banderín de mando, señal que comienza otro viaje, otra aventura, otro surcar por el Titicaca.

Nota, este comentario fue publicado en anterior oportunidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario